miércoles, 22 de mayo de 2024

Reunión miércoles 22 de mayo 2024 (solo virtual)

Lectura de capítulo IX de la Mirada Interna

IX. Manifestaciones de la energía

El día séptimo:

  1. 1 Esta energía en movimiento podía “independizarse” del cuerpo manteniendo su unidad.
  2. 2 Esta energía unida era una suerte de “doble cuerpo” que correspondía a la representación cenestésica del propio cuerpo en el interior del espacio de representación. De la existencia de este espacio, así como de las representaciones que correspondían a las sensaciones internas del cuerpo, las ciencias que trataban sobre los fenómenos mentales no daban noticia suficiente.
  3. 3 La energía desdoblada (es decir: imaginada como “afuera” del cuerpo o “separada” de su base material), se disolvía como imagen o se representaba correctamente dependiendo de la unidad interna que tuviera quien operaba así.
  4. 4 Pude comprobar que la “exteriorización” de esa energía que representaba al propio cuerpo como “afuera” del cuerpo, se producía ya desde los niveles más bajos de la mente. En esos casos sucedía que el atentado contra la unidad más primaria de la vida provocaba esa respuesta como salvaguardia de lo amenazado. Por ello, en el trance de algunos médiums cuyo nivel de conciencia era bajo y cuya unidad interna estaba en peligro, estas respuestas eran involuntarias y no reconocidas como producidas por ellos mismos sino atribuidas a otras entidades.

Los “fantasmas” o “espíritus” de algunos pueblos o de algunos adivinos no eran sino los propios “dobles” (las propias representaciones), de aquellas personas que se sentían tomadas por ellos. Como su estado mental estaba oscurecido (en trance), por haber perdido control de la Fuerza, se sentían manejadas por seres extraños que a veces producían fenómenos notables. Sin duda que muchos “endemoniados” sufrieron tales efectos. Lo decisivo era, entonces, el control de la Fuerza. Esto variaba por completo tanto mi concepción de la vida corriente como de la vida posterior a la muerte. Mediante estos pensamientos y experiencias fui perdiendo fe en la muerte y desde entonces no creo en ella, como no creo en el sin-sentido de la vida.

extraído de El Mensaje de Silo capítulo IX. Manifestaciones de la energía - texto Completo >>

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Texto complementario (atribuida a Silo, no necesariamente fidedigna)

"La muerte es la experiencia existencial más elevada en un ser humano"

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Texto complementario, basado en una Entrevista:

"...Por algún tiempo Mario y sus amigos de Mendoza se habían estado reuniendo semanalmente en la casa de Marcos Pampillón. Su apartamento de dos ambientes cerca del centro de la ciudad era agradable y de fácil acceso para todos, sus ventanas daban a una plaza con árboles exuberantes y una fuente de mármol por donde la gente pasaba durante el día y la noche.

En ese momento, tres años después de La curación del sufrimiento, Mario estaba introduciendo algo que él llamaba “telediol”*, un trabajo con “la Fuerza”, su forma de llamar a la energía vital presente en toda vida. Era un trabajo intensivo que requería una atención sostenida, con reuniones hasta última hora de la noche, dos o tres veces por semana, durante varios meses. 

Marcos estuvo de acuerdo en que las reuniones se hicieran en su casa.

Comenzaron con las reuniones en noviembre, junto con el comienzo del clima cálido. Al principio solo escuchaban a Mario leer de distintos textos sagrados. Leía por horas El libro tibetano de los muertos, La Biblia y otros escritos antiguos. Todas estas lecturas de diversas culturas y de diferentes sistemas de creencias tenían un punto en común: eran traducciones del contacto con lo Sagrado y lo Profundo, eso que da Sentido a toda la existencia.

Con su voz profunda y resonante leía un pasaje y luego se detenía para explicar detalladamente cómo el trabajo se relacionaba con la Fuerza.

Comentaba que esta energía había sido llamada de muchas maneras diferentes a lo largo del tiempo: “prana” en sánscrito, “chi” en chino, “ti” o “ki” en hawaiano. En el siglo xix el Barón Carl von Reichenbach la había llamado la “fuerza ódica” en relación al dios nórdico Odín; en la década de los años 30, Wilhelm Reich la llamó la “energía orgónica”. En la actualidad, con el choque y la mezcla de culturas, se la llamaba con todos esos nombres y muchos más.

Entonces comenzaron a practicar. No era como practicar una canción en un piano, algo que ya era conocido. Se parecía más a una improvisación, a una especie de práctica experimental. Era un trabajo en construcción, algo que todavía se estaba componiendo y todos ellos eran los compositores. Se trabajaba en equipo y se trataba de un encare y luego de otro, refinando la práctica con el ensayo y el error. Lo que querían, dijo Mario, era desarrollar un proceso que todos pudieran seguir.

El primer prerrequisito para este tipo de trabajo era relajarse. La presión y la tensión era lo que menos necesitaban para encontrar lo que estaban buscando.

De esta manera comenzaron a desarrollar un trabajo que era amable y no implicaba esfuerzo. Si hacían algún esfuerzo, trabajando con tensión, sin duda lo arruinaban. Pero si se relajaban y simplemente observaban, sin tratar de quedarse con lo que habían encontrado, el proceso los conducía directamente a un nuevo estado mental y corporal. Y allí podían llegar, aunque brevemente, a lo Luminoso, a lo Innombrable, a lo Profundo del interior de cada ser humano.

Trabajaban muchas horas por día, todos los días. Volvían a sus hogares después de la medianoche para dormir una pocas horas y retornar al día siguiente. Con respecto a las comidas, eran simples y escuetas; si bien era poco lo que comían, tenían que recordarse que tenían que comer. Al funcionar con muy poco alimento y descanso se encontraron cargados de un nuevo tipo de energía, una energía que no requería esfuerzo y que no dependía de la comida ni del sueño.

Juntos desarrollaron un procedimiento con diferentes partes, examinando cada segmento una y otra vez, experimentando con diferentes aproximaciones. 

Después de trabajar durante tres o cuatro horas seguidas, se tomaban un recreo. En ese momento se tomaban unos mates o compartían una comida de lentejas con arroz o salían a caminar bajo las verdes hojas de los árboles, acompañados por el sonido de las acequias de irrigación.

Para poder comenzar a trabajar era esencial dejar de lado las tensiones cotidianas. Por esa razón, lo primero que trabajaron fue la relajación. 

Encararon el tema desde distintos ángulos. Lo obvio sería acostarse pero, al hacerlo, se quedaban dormidos. Hacerlo sentado resultaba mejor. Mientras la columna vertebral estuviese más o menos erguida, parecía no importar si se sentaban en el piso, en posición de loto o semiloto, o en una de las sillas de la sala. Recostarse en una silla acolchonada era una receta directa al sueño.

Entonces se sentaban en posición erguida y comenzaban con el relax, prestando atención a su cuerpo. Es común en otras disciplinas comenzar desde los pies, y eso es lo que trataron al principio, pero luego Mario sugirió que empezaran por la cabeza. Quizás esto fue así porque le gustaba hacer las cosas de manera opuesta a como se hacían en el sistema, en donde por lo general las cosas se hacían al revés. De cualquier manera, el hecho de comenzar desde la cabeza parecía permitir un relax más profundo, quizás porque esto tendía a silenciar el ruido mental desde el principio.

“Siente tu cuero cabelludo y relájalo”, así comenzaría, “luego tu frente…”. 

Y así seguían descendiendo por los músculos del cuerpo, los lados, la parte delantera, la parte trasera. Finalmente, cuando estaban tan relajados que sentían como si estuviesen casi flotando, él detenía el procedimiento y preguntaba cómo iba todo y si tenían alguna idea de cómo mejorarlo.

Practicaban y practicaban, pasando por cada parte del relax una y otra vez, para luego hacerlo de principio a fin y finalmente intercambiar sobre el tema un poco más. Estaban uniendo las tuercas y los tornillos de un procedimiento que todos pudieran usar, por su cuenta o en grupo, para entrar en contacto con lo Profundo y querían lograrlo de manera perfecta.*

Después de estar satisfecho con el relax, Mario presentó el telediol, una meditación guiada que usaba la imagen de una esfera creciente para generar la experiencia de “la Fuerza”.

Comenzaba con “Imagina una esfera transparente y luminosa…”. Y luego les sugería que trataran de verla de la manera más clara posible.

Para muchos esa parte era bastante difícil. La esfera aparecía para luego oscilar y desaparecer, o directamente no aparecería. Fuera como fuera, continuaban, recordando que se trataba de un experimento y de que todos eran diferentes. No había ningún problema si no lo lograban, Mario les decía, no se peleen con ustedes mismos y vuelvan a intentar, suavemente…

Luego se trataba de imaginar que la esfera bajaba al corazón y se convertía en una sensación expansiva…

Una y otra vez se imaginaban la esfera, la llevaban al corazón e imaginaban cómo se expandía.

La clave estaba en la imagen. Las imágenes tienen poder, eso estaba tan claro como que una persona ni siquiera podría ir al refrigerador a buscar comida si primero no tenía la imagen correspondiente. ¿Cómo puede ser posible que una imagen se pueda conectar a las sensaciones y a las emociones, llevando a la acción en el mundo externo? les preguntaba. Volvían a esas preguntas una y otra vez. Unos años después, en la isla de Corfú (Grecia), Mario desarrolló exhaustivamente su pensamiento en la materia, para formular las bases de lo que un día se convertiría en la obra de cuatro volúmenes llamada Apuntes de psicología.* 75 

Para el trabajo con las imágenes era necesario no solo estar relajado, sino también estar despierto, en estado de vigilia. Mario previno a sus amigos sobre el tema del confort, de apoltronarse en una silla cómoda o de apoyarse en la pared. Si lo hacían, corrían el riesgo de que una imagen se introdujera en su conciencia y los llevara al argumento que podía desarrollarse alrededor de dicha imagen. Este no era un trabajo para hacer en el estado que Mario llamaba “crepuscular”, el estado de trance en que se entraba en algunas prácticas religiosas o que utilizaban los médiums al tratar de entrar en contacto con los muertos. En lo crepuscular, la conciencia ya no estaba controlada y fácilmente uno podía ser tomado por los climas emotivos que conducían a rogarle a los “espíritus” que ayudaran…

De ninguna manera, en este trabajo tenían que estar totalmente conscientes de lo que estaban haciendo. Tenían que aprovechar la facultad que los psicólogos llamaban “reversibilidad”, que les permitía actuar conscientemente, observar con desapego, mantenerse enfocados y trabajar con las imágenes que ellos quisieran.

Si bien este trabajo podría hacer surgir emociones poderosas y conducir a estados de inspiración, también se trataba de un trabajo técnico que podía ser observado con un desapego científico. El trabajo con imágenes se daba, decía Mario, en algo que él llamaba el “espacio de representación”, el espacio mental donde se ubica el “paisaje interno”, la pantalla tridimensional en donde se proyectan nuestros recuerdos del pasado, las imágenes del futuro y las representaciones del presente

¿Qué pasaba cuando subían o bajaban por este espacio? Experimentaban ascendiendo con su imaginación, subiendo a las nubes por una escalera, elevándose en un globo aerostático, volando sobre las alas de un pájaro gigante… Y también descendían, yendo a las profundidades del mar, entrando en una cueva y bajando por un túnel de corredores estrechos adentrándose en la tierra…

Así descubrieron que cuando bajaban, la tendencia era perder el control de lo que estaban haciendo; cuando ascendían, ganaban en control. Mario les dijo que no se preocuparan si al descender entraban profundamente en lo crepuscular. Todo lo que tenían que hacer para salir de esa situación era detener el procedimiento, levantarse y caminar un poco. Luego podían volver a sentarse y comenzar nuevamente. Era importante hacer eso, si no se detenían, no se sabía en qué o dónde podían terminar.

De esta manera, poco a poco fueron desarrollando el “trabajo con la Fuerza”.

Era un trabajo difícil, pero a ninguno de ellos se les pasó por la cabeza la posibilidad de abandonarlo. El entusiasmo de Mario era irresistible y contagioso. En ese momento estaba terminando de escribir La mirada internay, de tanto en tanto, les leía algunas partes y se reía a carcajadas en las partes que le resultaban particularmente buenas. Con su bondad y su paciencia, su humor y su gusto por el trabajo, les infundía una fuerte determinación e inspiración.

Les decía que lo más importante de todo esto era la “dirección mental”. 

La dirección mental es como el timón de un barco, decía. Estamos en una búsqueda y nuestro timón nos ha estado guiando desde que éramos muy pequeños, manteniéndonos en dirección del cambio esencial y profundo, hacia el Sentido trascendente, un Sentido que continúa más allá de nuestra propia muerte y que ya estaba antes de nuestro nacimiento. Este Sentido y esta Dirección están en la profundidad del ser humano, impulsándonos como una 

especie de imán hacia un contacto significativo con lo Profundo y con otros seres humanos.

Es justamente este sentido y esta dirección, decía, lo que nos impulsa a trabajar en conjunto, a tratar de transformar el mundo en ese sentido. Si perdemos nuestra dirección, caemos en lo crepuscular, en lo mecánico, en la vida sin sentido del Sistema. Ese sin sentido nos lleva a un profundo sufrimiento y la gente lucha por escapar llenándose de entretenimientos y distracciones, buscando escaparse a través de falsas puertas, consumiendo todo lo que se les presente, desde drogas y alcohol hasta coches, ropas nuevas y prestigio…

Todos los que participaron en esas reuniones tenían recuerdos y temores de los que querían escapar. Sabían que tenían que aceptarlos y, de alguna manera, transformarlos. Y así, aunque resultaba muy difícil, siguieron trabajando. Ya que al margen de lo que habían sufrido en el pasado, esta Fuerza de alguna manera los conectaba con una fuente de Sentido y alegría. Cuanto más trabajaban, más se reforzaban y también crecía la determinación que ponían al aplicar este preciado trabajo en el medio que los rodeaba, en donde para muchos era “normal” vivir la vida como una víctima desvalida de una “fatalidad” hostil y sin sentido."

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Segunda Lectura durante el Oficio

Si crees que tu vida termina con la muerte, lo que piensas, sientes y haces no tiene sentido. Todo concluye en la incoherencia, en la desintegración.

Si crees que tu vida no termina con la muerte, debe coincidir lo que piensas con lo que sientes y con lo que haces. Todo debe avanzar hacia la coherencia, hacia la unidad.

extraído de El Mensaje de Silo _ El Camino - texto Completo >>

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